Cuando inclinó su cuerpo sobre el mío ya había amanecido. Los tímidos rayos de sol se colaban por los agujeros de la persiana, ocupando los espacios vacíos en la cama. Una cálida brisa marina desplegaba sus alas por toda la habitación, provocando el ondoneo de una fina cortina que cubría parte de la ventana. Un ligero perfume a salitre inundaba el ambiente, embriagándome con todo con su aroma. El cercano sonido de las olas rompiendo en la orilla envolvía el delicado silencio, tansformándolo en una conocida melodía.
Yo, permanecía inmóvil entre las sábanas...
La fiesta de mis sentidos se celebra en tu cuerpo.
Me lo he imaginado por un momento y me ha encantado la sensación. Extraño tu piel. Y a ti. Te adoro.
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